Autora de novela romántica en SweetyStories

Las locuras de Mari Tere #7

Llegué al trabajo con unas ojeras que me llegaban hasta el ombligo. Iba caminando como si fuese una vieja, o peor aún, como un zombie de The Walking Dead. Incluso gruñía igual. Juani, mi mejor amiga y compañera de trabajo, se rio de mi con ganas. Es una cabrona, pero buena gente, amiga de sus amigas, si entendéis lo que quiero decir.


Yo, yendo a trabajar esa mañana.


En el vestidor, mientras nos poníamos el uniforme del curro, le conté lo de Nacho y alucinó por un tubo.
–Toda la noche follando como locos, tía. No he podido pegar ojo.
–¿Con una vieja? ¿En serio?
–Te lo juro. La tía daba más grima que la Pitita Ridruejo. Tendrías que haberla oído gritar. Me dan ganas de lavarme las orejas con lejía.
–Qué asco. El tío ha de ser todo un campeón para ponerse palote con un pellejo.
–Y está de bueno que no te lo puedes imaginar. Y esta noche repite.
–¿Con la misma? –casi gritó Juani.
–¡Yo qué sé si con la misma o con otra!
–Eso tengo que verlo, tía. Me vengo a tu casa.
–¿Qué? De eso, nada, monada. Solo me faltas tú por ahí husmeando.
–Joder, macho. No me seas sosaina, anda. Pedimos pizza para cenar, pago yo.
–He dicho que no.
–Porfiiiiiiiiiiii.

El Gato con Botas es un aprendiz al lado de Juani.


Se puso en plan enana sandonga, haciéndome arrumacos intentando convencerme, tirándome de la camiseta tan chula que llevamos los empleados del Carrefour como si fuese una cría pequeña.
Sí, trabajo en el Carrefour. ¿Qué os pensabais? ¿Qué tenía un curro tope glamuroso? ¿Secretaria, abogada, recepcionista, o algo así? Pues no. Soy una puñetera cajera del Carrefour. ¿Dónde voy a estar, si ni siquiera terminé la secundaria?
–Anda, porfiiiii, di que sí, vaaaaaa.
–Ni de coña.
No me dejé convencer, que me conozco a la Juani y sé que es capaz de liármela parda. Estuvo enfurruñada conmigo el resto del día, pero a mí me la sopla mucho. La conozco perfectamente, y sé que sus morros no son más que su manera de hacerme chantaje emocional para conseguir salirse con la suya, un viejo truco que usa desde la guardería, y que le funciona siempre con todo el mundo, menos conmigo. Supongo que por eso seguimos siendo tan amigas, porque no me dejo chantajear, y a ella le supone un respiro tener a alguien como yo, que le para los pies y le dice «no» de vez en cuando, sin importar qué tretas use.

Parezco un gif de estos, diciendo que no constantemente. ¡Me repitooooo! Como el ajo.


Pero estas cosas me pasan factura. Cuando Juani se pone en plan «soy una chunga, me has cabreado, y me las vas a pagar todas juntas», yo acabo con dolor de cabeza. Siempre. Y ese día no fue distinto.
Cuando volví a casa, me comí un bocata rápido, me tomé algo para la jaqueca y me puse a adecentar los bajos. El piso, no «mis bajos», ¿eh? Que quede clarito.
Lavé los vasos que habían ensuciado, cambié las sábanas, rellené la nevera y el bar, pasé la aspiradora… y cuando terminé, me senté durante un segundo en el sofá.
Se estaba muy bien allí, con las cortinas cerradas, la penumbra era reconfortante para mi pobre cabeza, y cerré los ojos durante un segundo… y me quedé dormida.
Me desperté de golpe cuando oí abrir la puerta de la calle.


Continuará...



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