Autora de novela romántica en SweetyStories

Las locuras de Mari Tere #5

Por supuesto, el miércoles a las siete de la tarde estaba pegada al balcón para ver con quién venía. Tenía mucha curiosidad. Había hecho infinidad de cábalas al respecto, y la que había ido ganando puestos a lo largo de la semana, era la de que era el amante de alguna famosa (actriz, presentadora o modelo), y que no quería que los paparazzi los pillaran. También había barajado la posibilidad de que su amante fuese otro hombre, pero me negué en redondo a considerar algo así: habría sido un verdadero desperdicio que toda esa carne bien puesta no estuviese a disposición de las féminas.
Y eso lo digo desde el mayor de los respetos.

Di que no, Beyoncé, yo estoy contigo.


Por eso mi sorpresa fue mayúscula cuando llegó con un cochazo, un Audi precioso y negro, y se metió directamente en el garaje. ¿Pero en qué coño estaba yo pensando cuando le di el mando? ¿Eh?

Me vi obligada a correr hacia la escalera. Me puse boca abajo en el descansillo, acurrucada tras la pared de la esquina, y asomé un poquito la cabeza, lo justo para poder verlos cuando atravesaran la puerta interior del garaje. Tendría unos segundos para poder ver con quién había venido, y la curiosidad me estaba matando.

Me quedé de piedra cuando la vi a ella.

De. Piedra.

O de mármol, porque el frío de las baldosas del suelo me estaban traspasando la ropa y se me empezaban a congelar las domingas.

A lo que iba, que ya empiezo a divagar: la tía era una vieja.

Esta cara se me quedó. Igualita, igualita.



No tanto como mi difunta abuela, que Dios la tenga pudriéndose en el Infierno; pero sus años sí tenía. Unos sesenta, le eché así a ojo. Era delgada, y tenía buen cuerpo. Llevaba puesto uno de esos vestidos que con solo verlos, sabes que cuestan más que cuatro sueldos completos míos, con un escote que ni las modelos; unas sandalias con tacón de aguja que yo había visto en la web de Jimmy Choo y que cuestan una pasta gansa; y un bolso de Louis Vuitton. Auténtico, seguro, nada de imitación. Y con el oro que llevaba encima, podría pagarse la deuda externa de cualquier país pequeño del tercer mundo.

Algo así, pero con muchos collares.


Se veía a la legua que era una ricachona, y que había pasado por el quirófano del cirujano plástico más veces que la Sara Montiel, para arreglar las arrugas provocadas por el paso de los años y por las sesiones de rayos uva a las que, seguramente, se sometía para poder mantener ese moreno que lucía. Y esas tetas tenían que ser de silicona sí o sí, porque desde donde yo estaba escondida, podía ver claramente que ¡no llevaba sostén! ¿Cómo podía tener unas tetas así de respingonas, a esa edad? Imposible sin operarlas.

¿Qué coño hacía un tío como Nacho, con una mujer como esa?


Continuar…

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