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Las locuras de Mari Tere #8

El susto que me llevé cuando encendieron la luz, fue morrocotudo. Durante un momento creí que iba a escupir el corazón por la boca, y cuando conseguí enfocar los ojos, vi a Nacho delante de mí, con una bolsa de la compra en una mano y en la otra, un esmoquin recién sacado de la tintorería, colgado de una percha y cubierto por una funda de plástico transparente. Parecía algo avergonzado y me dirigió una sonrisa un tanto contrita.


No grité, pero poco me faltó. Jesús, qué susto...


–Hola –me dijo–. Espero que no te moleste que haya venido un rato antes. He llamado a tu casa para decírtelo, pero no has contestado al telefonillo.
Yo estaba con la boca abierta, y me di cuenta que tenía un rastro húmedo de babas que me caía por la comisura. ¡Dios, que vergüenza! Me limpié rápidamente con el dorso de la mano y me levanté.
–¿Eh? No, no… ¿qué hora es? –pregunté, abochornada porque me hubiera encontrado allí. Iba con lo trapos de hacer limpieza, que son una camiseta raída y manchada, un pantalón de chandal todavía más viejo y unas zapatillas de deporte que suplican por su jubilación. Y el pelo recogido en un moño mal hecho con una pinza de esas con dientes enormes, comprada en los chinos. Todo glamour, oye.

Talmente yo en aquel momento.


–Las seis y media.
–Ah.
«Ah». ¿En serio? ¿Eso fue todo lo que se me ocurrió decir? Como una tonta me quedé ahí mirándolo sin moverme. Todavía estaba aturdida por la pedazo de siesta que me había echado y mi cerebro funcionaba al ralentí.
–¿Y qué haces aquí media hora antes?
No quise sonar malhumorada ni brusca, pero supongo que no lo conseguí, porque Nacho se puso rojo como la grana. Levantó la bolsa de la compra que llevaba en la mano y se encogió de hombros.
–He ido a comprar la cena y he terminado antes de lo que pensaba. Creí que no te importaría si venía antes. Pero si te molesta, me voy y regreso luego.
No sonó ofendido. Estaba más bien… resignado. Sí, esa es la palabra. Como si no le sorprendiese mi reacción.
–No, no, no me molesta –quise arreglarlo. Sonreí y yo también me encogí de hombros–. Bueno, siendo sincera, me molesta que me hayas sorprendido totalmente sopa y con estas pintas.
Me reí, y él me secundó. Menos mal. Ese brillo de abatimiento que había vislumbrado levemente, se esfumó como por arte de magia. Dejó el esmoquin sobre el sofá y caminó hacia la cocina, mientras me decía:
–Hoy voy a cocinar para mi invitada. –«Invitada». Así es como siempre llama a sus clientas–. Es uno de mis dones.
Me sonrió, seductor, totalmente recuperada la confianza en sí mismo.

Casi se me caen las bragas, os lo juro.


–¿Y cuáles son los otros? –le pregunté, siguiendole los pasos. Me arrepentí en seguida de haber preguntado eso, al recordar lo de la noche anterior, pero no se tomó la pregunta a malas. Giró el rostro e hizo bailar las cejas.
–Eso es top secret –bromeó.
–Ah, que ahora eres James Bond. ¿Un Mata Hari masculino?
Me apoyé en la puerta de la cocina mientras él sacaba las cosas de la bolsa y las dejaba sobre el poyo. Se echó a reír al oír mi tonta gracieta.
–No, nada de información a cambio de sexo. Solo dinero. ¿Te molesta?
Me miró otra vez con ese brillo de inseguridad, como si esperara que yo me echara las manos a la cabeza y lo echara a patadas de allí.
–Para nada. Cada quién se gana las habichuelas como quiere.


Continuará...




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Tom Hiddlestone, Asgard no hubiera sido lo mismo sin ti

No, no hubiera sido lo mismo, porque uno de los grandes atractivos de la mitología nórdica que nos presenta Marvel, no es precisamente Thor (que sí, que también, y ya le dedicaré una entrada), sino Loki. Y Loki no hubiera tenido tanto éxito, si no hubiera estado interpretado por Tom Hiddlestone.

Creo que todas estamos de acuerdo con esto, ¿verdad?

Tom Hiddlestone ha aportado al personaje un carisma que ha calado hondo en la población femenina, y ha conseguido que nos pareciera guapo y follable a pesar de lo malo malote que es.

Sí, eres malo, no hace falta que me mires con esa cara de «nunca he roto un plato».


Nos hizo sufrir de lo lindo en La cumbre escarlata, con ese personaje tan oscuro y lleno de secretos.



Y nos deleitó con imágenes como esta...


O esta...





O esta...



He de confesar que no me enteré mucho de la película (tendré que volver a verla otra vez), porque me la pasé limpiándome las babas. ¡Mira que está guapo, el puñetero!

Todavía tengo pendiente por ver El infiltrado, la serie que ha protagonizado junto a Hugh Laurie (sí, el mismísimo doctor House). Pero viendo imágenes como la que os dejo a continuación, comprenderéis por qué le tengo tantas ganas.

¡Y ese movimiento de cadera! ¡Y ese culito!


Y ahora os dejo porque tengo que ir a darme una ducha fría, que este verano está siendo in-so-por-ta-ble. Y estas imágenes no ayudan mucho.





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Las locuras de Mari Tere #7

Llegué al trabajo con unas ojeras que me llegaban hasta el ombligo. Iba caminando como si fuese una vieja, o peor aún, como un zombie de The Walking Dead. Incluso gruñía igual. Juani, mi mejor amiga y compañera de trabajo, se rio de mi con ganas. Es una cabrona, pero buena gente, amiga de sus amigas, si entendéis lo que quiero decir.


Yo, yendo a trabajar esa mañana.


En el vestidor, mientras nos poníamos el uniforme del curro, le conté lo de Nacho y alucinó por un tubo.
–Toda la noche follando como locos, tía. No he podido pegar ojo.
–¿Con una vieja? ¿En serio?
–Te lo juro. La tía daba más grima que la Pitita Ridruejo. Tendrías que haberla oído gritar. Me dan ganas de lavarme las orejas con lejía.
–Qué asco. El tío ha de ser todo un campeón para ponerse palote con un pellejo.
–Y está de bueno que no te lo puedes imaginar. Y esta noche repite.
–¿Con la misma? –casi gritó Juani.
–¡Yo qué sé si con la misma o con otra!
–Eso tengo que verlo, tía. Me vengo a tu casa.
–¿Qué? De eso, nada, monada. Solo me faltas tú por ahí husmeando.
–Joder, macho. No me seas sosaina, anda. Pedimos pizza para cenar, pago yo.
–He dicho que no.
–Porfiiiiiiiiiiii.

El Gato con Botas es un aprendiz al lado de Juani.


Se puso en plan enana sandonga, haciéndome arrumacos intentando convencerme, tirándome de la camiseta tan chula que llevamos los empleados del Carrefour como si fuese una cría pequeña.
Sí, trabajo en el Carrefour. ¿Qué os pensabais? ¿Qué tenía un curro tope glamuroso? ¿Secretaria, abogada, recepcionista, o algo así? Pues no. Soy una puñetera cajera del Carrefour. ¿Dónde voy a estar, si ni siquiera terminé la secundaria?
–Anda, porfiiiii, di que sí, vaaaaaa.
–Ni de coña.
No me dejé convencer, que me conozco a la Juani y sé que es capaz de liármela parda. Estuvo enfurruñada conmigo el resto del día, pero a mí me la sopla mucho. La conozco perfectamente, y sé que sus morros no son más que su manera de hacerme chantaje emocional para conseguir salirse con la suya, un viejo truco que usa desde la guardería, y que le funciona siempre con todo el mundo, menos conmigo. Supongo que por eso seguimos siendo tan amigas, porque no me dejo chantajear, y a ella le supone un respiro tener a alguien como yo, que le para los pies y le dice «no» de vez en cuando, sin importar qué tretas use.

Parezco un gif de estos, diciendo que no constantemente. ¡Me repitooooo! Como el ajo.


Pero estas cosas me pasan factura. Cuando Juani se pone en plan «soy una chunga, me has cabreado, y me las vas a pagar todas juntas», yo acabo con dolor de cabeza. Siempre. Y ese día no fue distinto.
Cuando volví a casa, me comí un bocata rápido, me tomé algo para la jaqueca y me puse a adecentar los bajos. El piso, no «mis bajos», ¿eh? Que quede clarito.
Lavé los vasos que habían ensuciado, cambié las sábanas, rellené la nevera y el bar, pasé la aspiradora… y cuando terminé, me senté durante un segundo en el sofá.
Se estaba muy bien allí, con las cortinas cerradas, la penumbra era reconfortante para mi pobre cabeza, y cerré los ojos durante un segundo… y me quedé dormida.
Me desperté de golpe cuando oí abrir la puerta de la calle.


Continuará...



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Richard Flood, ponme las esposas, irlandés

Estos días he estado viendo algunos episodios de Crossing Lines. La serie me ha aburrido un poco, pero algo bueno he sacado de ella: Richard Flood.

Sí, chico, eres lo mejor de este serie.

Interpreta al detective Tommy McConnel, un irlandés especialista en armas y tácticas, bastante cabezón y malhumorado, pero con una caída de ojos que... ayyyyy.


Mirad, mirad, a ver si no tengo razón.

El chico está buenísimo, y aunque no es que enseñe demasiada «canne» en la serie, siempre podemos recurrir a nuestra imaginación... o a Google, donde he encontrado la siguiente foto que... ay, Omá, que rico.

Creo que estoy teniendo palpitaciones...


Creo que he puesto pocas fotos, así que ahí van un par más para que muramos de amooooolllllll.

¿Decía algo de los ojos? ¿Y esos morritos? ¿No están para chuperretearlos hasta quedarnos ciegas?


No sé qué está diciendo, pero me da igual... Ay, esa boquita.

Hasta aquí el muso de esta semana. Espero que hayáis disfrutado con él, y que no hayáis llenado demasiado de babas el teclado de vuestro ordenador, o la pantalla del móvil o la tablet.


Hasta la siguiente entrada, caperucitas locas.



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Las locuras de Mari Tere #6

Follar como locos, eso es lo que hicieron. No empezaron en seguida, eso tengo que concedérselo; antes pusieron una de las películas que había en el pen, y sus propios gemidos tardaron media hora a unirse a los de los actores.
¡Pero es que no pararon!
¿Cómo puede un tío tener tanta resistencia? Se debe gastar medio sueldo en comprar vitaminas y revitalizantes, porque mantener ese ritmo durante horas, no es normal.
No, señor. No lo es.
¿O quizá, lo que no es normal, son los diez minutos que Gerardo tardaba en eyacular?

Esta es mi cara haciéndolo con mi ex.

Ahora ya no sé qué pensar, porque cuando empezaron a venir el resto del elenco… la cosa fue igual.
Pero vayamos por partes, que a eso todavía no hemos llegado.
Nacho y la desconocida entrada en años, estuvieron varias horas dale que te pego. Entre round y round se daban un respiro de media horita, pero poco más. Yo los oía desde mi piso, metida en la cama, intentando leer. Para poder cenar tuve que ponerme música y los cascos, porque de oír sus gemidos y sus gritos alocados, me entraban náuseas. Y dormir… ja, ja, ja, ja, ay, que me da la risa tonta. ¿Creéis que se puede dormir así?

Pues no. Es prácticamente imposible dormir mientras oyes los gemidos...

Empezaron en el salón, aunque no sé si sobre el sofá o sobre la alfombra. Anoté en mi agenda que al día siguiente por la mañana tendría que bajar para cambiar la funda del primero, y comprobar que no habían manchado lo segundo. Después pasaron al jacuzzi, y ahí no los oí tanto porque el baño queda en el lado opuesto a mi dormitorio, por fortuna. Pero después llegaron a la cama, justo debajo de mí.
Ilusa de mí, cuando oí sus voces, pensé que iban a echarse un ratito para dormir… pero cuando oí el cabezal golpear contra la pared, se me quitó de la cabeza la ilusión. Pasé la noche angustiada pensando en que harían un boquete y acabarían en el comedor del vecino… ¿Es que no pensaban parar ni para cenar?
Al final me dormí, no sé ni cómo, pero tuve pesadillas: una cama viviente me perseguía por un páramo pantanoso. Tenía una boca llena de dientes puntiagudos que intentaba clavarme, ojos inyectados en sangre que me miraban enloquecidos, y tenía orgasmos continuamente. La cama, no yo, eso que quede claro. Lo que yo tenía era un jiñe del cagarse.

¡Vaya nochecita que pasé!


Y a las seis me tocó el despertador para ir a currar.
¡Bravo!
Antes pasé por el piso para ver cómo lo habían dejado. Estaba bien, ¡menos mal! Faltaban coca colas de la nevera, y botellines de alcohol del bar, y la cama estaba hecha un guiñapo; pero por lo demás, todo bien. Respiré tranquila cuando vi que la pared seguía entera, aunque alguna marca sí habían dejado.
Hay que joderse. Yo con abstinencia prolongada forzosa, y la vieja tuvo una alegría pa'l cuerpo que seguro le duró el resto del año.
Ya lo dice el dicho: los hay que nacen con estrella, y otros, nacen estrellados.


Continuará...


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El juicio de Salomón

«...como hizo el rey Salomón con el crío aquel».
Esto lo dice Daniela, la protagonista de Malos presagios, en un momento de la novela. Todos sabemos quién fue el rey Salomón, pero, ¿a qué parte de su historia, concretamente, se refiere Daniela?

¿No lo sabéis? Pues os lo cuento.

 El rey Salomón era un tío muy importante. Vivió en Jerusalén hace muchos años, cuando la gente viajaba en burro y Xena la princesa guerrera iba dando espadazos a los malos por ahí.

¡Pero qué arte tiene mi niña!

Dicen de Salomón que era un rey muy sabio, pero más que sabio yo diría que era un listillo, con el gran harén que tenía el muy puñetero. Dicen que hasta a la hija del faraón de Egipto, tenía allí.

No sabía ná, el cabrón.

Un día en que el rey Salomón estaba impartiendo justicia, se presentaron ante él dos mujeres. Ambas habían sido madres el mismo día, pero uno de los bebés había muerto durante la noche, y ambas reclamaban la maternidad del niño vivo.

¿Por qué les pondrá tanto a los tíos, ver a dos mujeres peleándose?

El rey, en un alarde de sabiduría extremo, dictaminó que partieran en dos al niño vivo, con una espada, y que entregaran una mitad a cada mujer.

A cualquier cosa llamaban sabio. Menos mal que ahora tenemos los análisis de ADN...
Una de las mujeres, se arrodilló a los pies de Salomón suplicándole que no lo hiciera, que prefería renunciar a su derecho antes que ver muerto a su bebé. (Porque, señor sabio Salomón, si partimos a un niño por la mitad con una espada, se muere, ¿sabe? ¿O es que no veía Barrio Sésamo en su época?)

Ah, que en esa época no había televisión. Ahora entiendo muchas cosas.
El rey, viendo a aquella mujer suplicando, haciendo el sacrificio de renunciar a su propio hijo con tal de salvarle la vida, supo que era su verdadera madre y dictaminó que ella era la que se iba a hacer cargo del niño.

Aquí tenemos a la orgullosa madre celebrando la sentencia de Salomón.


Y por esta historia, Salomón tiene fama de sabio. Qué cosas.

No sé si después de leer esta sarta de chorradas seréis más cultas, pero espero que por lo menos, os hayáis echado unas risas.

Hasta la próxima, chiquitinas.





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Rodrigo Guirao, está bueno de frente y «girao»

Este argentino de ojos verdes que te quiero verde, es un actor famoso de telenovelas. ¡Y no me extraña! Porque el muchacho está de muy muy buen ver.

Y tú lo sabes, así que no te hagas el vengonzoso...

Y el chico no solo es un guapazo de tomo y lomo; también es buen actor, y lo ha demostrado en películas como Solo química, una comedia romántica de producción española, y dirigida por Alfonso Albacete.


Ay, por Dios (suspiro). No me mires así.

Sí, lo admito: me tembletean las piernas cuando lo veo, y me pasaría horas y horas mirando sus gifs, y sus películas, y sus... todo. Me da igual que no me gusten las telenovelas; si sale él, hay que verlas.

Ay Dios, Ay Dios, ¡que se los ha quitado!

Esto... disculpad, pero Rodrigo se está impacientando, ya lo veis.

¡Hasta la próxima entrada!








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Las locuras de Mari Tere #5

Por supuesto, el miércoles a las siete de la tarde estaba pegada al balcón para ver con quién venía. Tenía mucha curiosidad. Había hecho infinidad de cábalas al respecto, y la que había ido ganando puestos a lo largo de la semana, era la de que era el amante de alguna famosa (actriz, presentadora o modelo), y que no quería que los paparazzi los pillaran. También había barajado la posibilidad de que su amante fuese otro hombre, pero me negué en redondo a considerar algo así: habría sido un verdadero desperdicio que toda esa carne bien puesta no estuviese a disposición de las féminas.
Y eso lo digo desde el mayor de los respetos.

Di que no, Beyoncé, yo estoy contigo.


Por eso mi sorpresa fue mayúscula cuando llegó con un cochazo, un Audi precioso y negro, y se metió directamente en el garaje. ¿Pero en qué coño estaba yo pensando cuando le di el mando? ¿Eh?

Me vi obligada a correr hacia la escalera. Me puse boca abajo en el descansillo, acurrucada tras la pared de la esquina, y asomé un poquito la cabeza, lo justo para poder verlos cuando atravesaran la puerta interior del garaje. Tendría unos segundos para poder ver con quién había venido, y la curiosidad me estaba matando.

Me quedé de piedra cuando la vi a ella.

De. Piedra.

O de mármol, porque el frío de las baldosas del suelo me estaban traspasando la ropa y se me empezaban a congelar las domingas.

A lo que iba, que ya empiezo a divagar: la tía era una vieja.

Esta cara se me quedó. Igualita, igualita.



No tanto como mi difunta abuela, que Dios la tenga pudriéndose en el Infierno; pero sus años sí tenía. Unos sesenta, le eché así a ojo. Era delgada, y tenía buen cuerpo. Llevaba puesto uno de esos vestidos que con solo verlos, sabes que cuestan más que cuatro sueldos completos míos, con un escote que ni las modelos; unas sandalias con tacón de aguja que yo había visto en la web de Jimmy Choo y que cuestan una pasta gansa; y un bolso de Louis Vuitton. Auténtico, seguro, nada de imitación. Y con el oro que llevaba encima, podría pagarse la deuda externa de cualquier país pequeño del tercer mundo.

Algo así, pero con muchos collares.


Se veía a la legua que era una ricachona, y que había pasado por el quirófano del cirujano plástico más veces que la Sara Montiel, para arreglar las arrugas provocadas por el paso de los años y por las sesiones de rayos uva a las que, seguramente, se sometía para poder mantener ese moreno que lucía. Y esas tetas tenían que ser de silicona sí o sí, porque desde donde yo estaba escondida, podía ver claramente que ¡no llevaba sostén! ¿Cómo podía tener unas tetas así de respingonas, a esa edad? Imposible sin operarlas.

¿Qué coño hacía un tío como Nacho, con una mujer como esa?


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