Hola. Me llamo Mari Tere y alquilo mi casa a un grupo de gigolós para que traigan aquí a sus citas.
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Ouyeah. Qué buenas vistas. |
Es una presentación un tanto extraña, ¿verdad? pero mi vida es la que es, y mis ingresos provienen de donde provienen.
No, no soy su madame, ni mucho menos. Cuando vine a vivir a esta casa jamás pensé que acabaría haciendo lo que hago. No es algo de lo que tenga que avergonzarme, oye, que cada quién se dedica a lo que le da la real gana; pero tampoco hablo de ello durante una primera cita porque a los tíos se les abren los ojos como platos y se largan con viento fresco más deprisa que volando. No tengo muy claro qué es lo que se imaginan que hago, ni tampoco es que me preocupe mucho.
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¡¡¡Pero a dónde vaaaaaaas!!! |
La casa me la dejó mi abuela al morirse. En su testamento dijo, y cito textualmente, «a mi nieta Teresa le dejo la finca de la calle Guzmán número trece, porque es la única manera de evitar que acabe viviendo debajo de un puente». Será asquerosa, la vieja. Vale que a los catorce años ya apuntaba maneras de perdida, pero no es algo que se deba decir de una nieta. Además, si tanto le preocupaba mi futuro, ya podría haberme dejado uno de los pisos de Pedralbes, que la muy puta tenía unos cuantos. Podrida de dinero como estaba, y a mí me deja una casa de más de trescientos años que se caía a pedazos.
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Todavía puedo oír sus carcajadas desde la tumba. |
Por suerte, al cumplir dieciséis senté cabeza. La culpa de mi redención la tuvo Gerardo, un chaval de diecisiete que hizo que me mojara el chichi por primera vez en mi vida. Me apartó de los vicios y las malas compañías, y estuvimos de novios seis años, hasta los veintidós. Fue con él que me vine a vivir a esta casa a los veinte.
Gerardo era albañil. Bueno, supongo que sigue siéndolo. Lo cierto es que su padre es el dueño de una constructora, y él empezó allí a trabajar como albañil porque su padre decía que la mejor manera de conocer el negocio, era empezar desde abajo. A Gerardo le gustaba, y al principio me ayudó con la rehabilitación de la casa del terror.
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Así taladra, así, así, así taladra que yo lo vi. |
Es una casa de tres plantas, que data de 1789, de esas que las paredes están hechas de barro, paja y piedras. Creo que cuando se construyó, los ladrillos ni se habían inventado XDDDD pero Gerardo le puso vigas de hormigón, y un amigo suyo nos cambió la instalación eléctrica y la del agua. La idea que teníamos, consistía en separar las tras plantas y hacerlas apartamentos independientes; así podríamos alquilar dos, y vivir nosotros en la tercera.
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La casa nos daba miedo. Sobre todo de que se nos cayera el techo sobre nuestra cabeza |
Pero el muy cabrón partió peras conmigo cuando todo el mundo empezó a meternos presión para casarnos. Se estresó, me dijo adiós muy buenas y se largó sin mirar atrás, dejándome con la casa a medio arreglar.
No es que yo llorara mucho por su marcha. Bueno, vale, no lloré nada. Por aquel entonces ya me había dado cuenta del tipo de tío que era, de esos machistas que se ofenden cuando les dices que lo son. Sí, hombre, esos que claman por la igualdad entre los sexos, pero cuando matan a una mujer, dicen: algo habrá hecho para merecerlo. Al principio, de novios, no me di mucha cuenta; pero al pasar a vivir juntos, la cosa cambió un tanto. Los dos trabajábamos, pero al llegar a casa, él se repantingaba en el sofá y a mí me tocaba hacer la cena, fregar los platos, y poner la lavadora. Así que cuando me dijo que se largaba, le abrí la puerta y la cerré bien rápido en cuanto puso un pie en la calle, por si acaso no fuese a cambiar de idea.
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Bye, bye, capullín de alhelí. |
Por suerte, cuando Gerardo me dejó, lo más importante y costoso ya estaba hecho, y yo había aprendido lo bastante del oficio como para seguir con la rehabilitación de la casa por mi cuenta. Poco a poco, porque han pasado cinco años y el primer piso, donde estoy viviendo ahora, todavía es un poco… ¿cómo lo diría? un poco mansión Adams.
Continuará…